Cuando yo era pequeño, vivía con mis
padres en la calle Mallorca. Yo debía de tener unos seis años y algunas cosas
las tengo borrosas en la memoria. No lejos de allí, en la calle Aribau, vivían
mis tíos Eduardo y Pepita. Mi tía era sastresa y cosía en casa, para la
sastrería Santa Eulalia en el Paseo de Gracia.
Algunas veces, cuando tenía tiempo
libre mi tía venía a verme y siempre nos traía un bizcocho muy bueno, elaborado
por ella misma. Mamá preparaba chocolate deshecho y nos poníamos a merendar. A
mi tía la recuerdo siempre muy seria, con una cara un poco triste, pero cuando
me veía se le iluminaba el rostro. Me cogía en brazos, me zarandeaba por los
aires y me besaba con mucho afecto. Al tío Eduardo lo veía menos, porque
siempre estaba trabajando, pero era de esa clase de hombres que a primera vista
sabes que es una muy buena persona.
De tanto en tanto, algún domingo por
la tarde les hacíamos una visita y entonces, escondida en su habitación se oía
murmurar, hablar en alto, e incluso gritar a mi prima Wildy. Yo tenía mucho
miedo porque en alguna ocasión había abierto la puerta de la cámara oscura y
salía directa hacía mí con ansías de agredirme. Entonces mamá y papá se
despedían de los tíos y volvíamos a casa. Mis padres comentaban casi murmurando
«pobrecilla niña, qué pena, siempre enfermita».
Pasaron los años y nos fuimos
distanciando de esa familia. Yo tampoco pregunté. A veces te das cuenta de que
hay temas familiares que no se quieren tocar y permanecen en los silencios. Nos
enteramos de que el tío había fallecido y de mi tía y prima ya no supimos nada
más.
Descubrí toda la verdad cuando conocí
a una chica que me enamoró y decidimos casarnos. A la hora de arreglar los
papeles para la boda, mis padres, ya muy ancianos, me confesaron: «Hijo tu tía
Pepita y tu difunto tío Eduardo en realidad son tus padres. Nosotros somos tus
tíos».
Después del gran impacto que me dejó
helado, me fueron explicando con todo detalle lo que sucedió hace cuarenta
años. Mi tía, bueno mi madre biológica, se casó con un músico de la República
Dominicana que vino con su compañía de varietés al Paralelo. Se enamoraron y
tuvieron a esa niña mulata. Al poco tiempo murió el músico y a los pocos años
mi madre se volvió a casar con mi padre biológico Eduardo. La pobre Wildy tuvo
un brote de esquizofrenia y al nacer yo, entre celos y su propia enfermedad, me
quería liquidar. Un día la encontraron casi ahogándome en la cuna. Entonces con
el afán de protegerme y a pesar del dolor de su corazón, decidieron entregarme
al hermano de mi padre y su esposa que no podían tener hijos. De esta manera se
convirtieron en mis padres.
Ha pasado tanto tiempo de todo esto,
que ahora, muchas veces pienso en mi hermana negra, dónde estará. Mi madre se
fue a vivir a una residencia de monjas en Banyoles y también falleció.
Alguien quizás, algún día, escribirá
un relato de nuestras vidas.
7 comentarios:
Sigue? Me gustaría 😍
Excelente relato y muy conmovedor
Adelante...muy bueno
Genial com sempre😁😊🍀🌹
Genial com sempre estimada Roser
Buen material para una posible novela, ¿te animas?
Estoy en ello...
Publicar un comentario