viernes, 25 de junio de 2021

LA CASA PATERNA

 




 

            No sé si ustedes han escuchado alguna vez la expresión: “Si las paredes hablaran…”, pues en este caso, nunca mejor dicho. Las casas, a lo largo de los años, vamos guardando experiencias y secretos de las personas que nos habitan. Escuchamos conversaciones, vemos nacer y morir, sufrir y amar.

            Corrían los años cuarenta, en plena posguerra, una pareja joven con una niña pequeña vivían en la calle Aribau, con el abuelo cascarrabias, que día sí y otro también, se discutía con su nuera. Como la situación era insostenible, el matrimonio decidió mudarse a un piso más económico, de sesenta metros cuadrados, un poco alejado del centro, cerca de plaza de España.

            El joven era joyero y en una de las tres habitaciones poco a poco se fue montando su propio taller de joyería. La estancia de matrimonio era amplia, con una ventana que daba a la galería donde había un lavadero de piedra. Desde las ventanas se divisaba Montjuic y el Palacio Nacional, donde por las noches encendían unos focos que iluminaban buena parte del cielo de Barcelona. Una habitación de paso que daba a un pequeño comedor cuadrado, una cocina reducida y un wc en el recibidor, era todo lo que daba de sí la casa. En aquella época no habían cuartos de baños. Eso solo lo tenían los pisos de los ricos. El lavadero cumplía con todas las funciones de higiene. Los inquilinos anteriores dejaron los muebles, hechos por el mismo hombre que era ebanista.

            Enseguida supe que esta nueva familia no se quedaría con una sola hija y a los nueve meses nacía otra hermosa niña. Entonces se vino a vivir la abuela, madre de la joven, que después del parto quedó bastante debilitada. Se trajo sus muebles, una cama de nueve palmos, una cómoda y una máquina de coser Singer. Se instaló en la habitación de paso con su nieta mayor.

            Fueron tiempos muy felices. El joven joyero era un artista nato, tenía unas manos de oro y así diseñaba y moldeaba sus piezas. Trabajaba sin respiro, pero disfrutaba con su oficio. Las mujeres cosían. En aquella casa siempre estaba llena de gente, bien eran clientas o familiares y amigos. Se vivía en armonía. Eran naturistas y las frutas y verduras se consumían por kilos. A veces, incluso se hacía espiritismo.

            Pero un día oscuro, las risas y el jolgorio se transformaron en lágrimas y sollozos. La presentí, con su manto negro envolvió a la pequeñina y se la llevó. La joven madre quedó desolada. Todos entristecieron por la pérdida de aquel angelito que no pudo superar una meningitis.

            El tiempo todo lo cura y el amor que se prodigaba la pareja era realmente apasionado. Fruto de ese amor nació otra niña que acabó de cerrar la herida que dejara su hermanita.  Volvieron a comer proteína animal por miedos de que la niña no hubiera estado suficientemente alimentada.

            Al cabo de tres años y siempre con la ilusión de que el Universo los recompensara con un deseado niño, nació otra niña, después de un embarazo complicado y un parto adelantado y funesto. Nuevamente llegó la señora de negro y provocó la segunda tragedia, llevándose al puntal del hogar, la joven madre de tan solo treinta y ocho años. El padre le faltó poco para tocar fondo con el panorama que se le presentaba. Tres niñas, la mayor con escasos quince años cumplidos, una de tres que solo lloraba buscando a su mamá y una bebita que había que cuidar para que ganara peso. Toda la familia sin embargo se volcó en darles ayuda. Cada miembro supo cumplir su papel, bien sea por destino, o porque cuando se presentan estas desgracias en la vida, la gente saca fuerzas de flaqueza y cumple con su cometido.

            Transcurrió el tiempo, y una vez pasado el duelo, el padre tuvo la oportunidad de prosperar y se fue a trabajar a Suiza. Se sentía solo, pero allí conoció a una viuda que volvió a despertarle los sentidos más primitivos. Al llegar la Navidad regresó a casa y sus retoños entrañables lo hicieron quedar. Entonces asumió que tenía una familia a la que cuidar, trabajar duro, pero también se merecía satisfacer sus necesidades de hombre.

            Y un desafortunado día, vimos aparecer a una mujer desconocida que llevaba en sus entrañas al niño tan deseado. Era el fruto de un sexo descontrolado y un romanticismo equivocado, se escuchaba en alguna que otra ocasión. Pero las casas solo somos espectadores de sucesos y errores, ni siquiera podemos hablar ni opinar.

            Volvieron a haber pequeñas mudanzas. La abuela marchó a casa de otra hija en la calle Hospital. Las dos niñas pequeñas y la hija mayor, que de repente había crecido y madurado debido a la experiencia de tener que hacer de madre de sus hermanas, se instalaron en la habitación de paso y el matrimonio con el nuevo retoño en el cuarto más grande. El lavadero fue substituido por fin por un polibán, se instaló un termo para calentar el agua y así la pequeña galería se convirtió en un cuarto de baño.

            Y cuando todavía no había nacido el bebé y las niñas se marchaban al colegio después de comer, tuvimos que escuchar la desagradable sentencia de una mujer ignorante, asustada, que no estaba dispuesta a hacerles de madre y así lo dejó bien claro a los pocos días después de la boda. «A mí no me llaméis mamá porque yo no os he parido y jamás seré vuestra madre» Y así fue para siempre. Separó la familia en dos. «Tus hijas y mi hijo»

            La hija mayor se puso a trabajar y allí en una joyería encontró a su marido y padre de sus hijas. Se casó y formó su propio hogar.

            Y fueron transcurriendo los años, en un ambiente hostil, con un hogar destrozado, generando múltiples carencias y posteriores traumas, que a día de hoy todavía se arrastran. El padre, a pesar de que encontró trabajo en una empresa, los miedos a un futuro incierto le impidieron desmontar el taller de joyería e instalar en esa habitación a su tan deseado hijo varón. El chaval se pasó toda la vida durmiendo con sus padres. Primero en la cuna y después en una cama plegable.

            Y cuando eres consciente de todos los errores que has cometido y los problemas te superan, llega un momento que deseas que venga de nuevo la mujer de negro y te lleve. Fue una tarde cuando el hombre dormía la siesta, noté que el techo de la habitación se abría, dejando entrar una luz brillante y un agradable perfume de rosas. El se incorporó y allí, tendiéndole la mano estaba su primera y amada esposa. Joven y esbelta como el primer día que la conoció en el Rialto y de inmediato se enamoró. «Ven conmigo cariño». Aquella misma noche le contó a su hija mediana el extraño sueño. Le advirtió que si algo malo le sucediera encontraría en una carpeta todos los documentos importantes. Pasaron pocas semanas, y un fatídico día, de la forma más estúpida que nadie se pudiera imaginar, el hombre regresaba de hacer unas compras, tropezó con la alfombra de la entrada, abrió la puerta y cayó de bruces al suelo dándose un golpe mortal en la cabeza.

            Y de esta forma la casa se quedó casi vacía. A la muerte de su padre las muchachas se mudaron a un piso de alquiler en la Gran Vía. Y el tiempo que no se para fue transcurriendo. El chaval volvió al útero de su madre. Se había ido la autoridad y el tutor que lo motivaba. Todo envejeció, la casa fue acumulando trastos y porquería y a pesar de que ahora podían disponer de las habitaciones que quisieran continuaron durmiendo juntos la madre y el hijo. En una cama hecha en su día por el ebanista, pero en la que habían dormido tantos miembros de esta familia.

            Un día, la madrastra ya anciana, también le llegó su hora de marchar. Fue el momento de recuperar la propiedad por parte de sus herederos. Y así con la ilusión de recuperar no sólo la casa, sino también la familia, la hija mediana contrató una empresa de reformas y me limpiaron la cara. Ahora viven los dos hermanos pequeños, aunque las heridas tan profundas son imposibles de cerrar y más cuando nadie está dispuesto a conocerse y sanarse. Yo seguiré aquí, viéndolas pasar.

             

           

           

           


1 comentario:

Blancavr dijo...

Roser, una gran historia. Enhorabona m agradat molt😘