Parece como si el tiempo se
hubiera parado. Las horas transcurren lentamente. Nada por hacer. Nadie con
quien hablar. Ningún proyecto que me ilusione. El futuro para mí ya es
incierto. No hago planes más allá de mañana. Eso ya es mucho. Solo entonces me queda
hurgar en el pasado. Vivo entre sueños y recuerdos. Miro con nostalgia aquellos
años de mi edad temprana. Allá en mi tierra donde transcurrió mi infancia
feliz.
Mi abuelo tenía una granja
en la República Dominicana, en la región de Santmaná. Allí vivíamos varías
familias; mis abuelos, mis tíos con sus hijos, mis padres y mis hermanos.
Teníamos una vaca que daba mucha leche. Producía suficiente leche para toda la
familia e incluso para los vecinos. También se cultivaba la tierra con toda
clase de productos de temporada. De eso mi abuelo sabía mucho y en cada periodo
se plantaban las semillas apropiadas para que la tierra hiciera su curso y se
reciclara. Todo ello ocurría en tiempos del dictador Trujillo. Nosotros sin
embargo, éramos felices. Me encantaba subirme a los cerros y desde allí
contemplar los atardeceres en un
maravilloso paisaje. Me quedaba hasta que el sol desaparecía entre las
nubes, allá en la línea del horizonte. Todo transcurría en armonía.
Pasaron los años y llegó
aquello que le denominan “progreso”. Alguien vino y se enamoró de nuestras
tierras, nuestras playas azules y cálidas, plagadas de manglares. Construyeron
hoteles para que gentes de tierras lejanas vinieran a disfrutar de nuestro
paraíso. Nuestros hombres, cegados por ese progreso, abandonaron la granja y se
pusieron a trabajar con las grandes empresas que ofrecían un empleo prometiendo
prosperidad y avance para todos. Nos creímos el engaño. Mi abuelo ya era mayor
y vendió las tierras a los yanquis que cultivaron un único producto y a los
pocos años la tierra se convirtió en yerma. Las mujeres fuimos contratadas como
camareras en los hoteles. Allí conocí a un turista que se encaprichó de mí y me
trajo a España. También fue un gran engaño. Me tuve que espabilar y salir
adelante. Por supuesto sin él. Ya no he querido más hombres en mi vida. No sé
cuánto tiempo me queda por vivir, pero cuando me entristezco, me subo a los
cerros en mi imaginación y veo la granja de los abuelos. El sol se esconde cada
día.
2 comentarios:
El ☀️ "sale" cada día, también. Y, ... a pesar de los humanos
Bonito micro relato cuya intensidad crece cuando el lector comprende que no se trata de un problema local, si no universal.
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