Por
fin levantaron el confinamiento comarcal y ya pudimos movernos sin necesidad de
llevar ningún certificado Covid. Se me ocurrió bajar a Barcelona y darme una
vuelta por el barrio de las Glorias. Me sentía atrapada y agobiada. No había
quedado con nadie, pues hoy día todo el mundo, o la mayoría, tienen pánico a
relacionarse fuera de su burbuja. Fui paseando por aquella zona y acabé en los
encantes. Hacía un día soleado primaveral y se veía bastante bullicio por las
calles. Algunos de los puestos permanecían cerrados y otros sin embargo
mostraban sus enseres como si no se hubieran movido en años y la pandemia no
fuera con ellos. Me sucedió algo sorprendente. Me acerqué a un anciano que
llevaba puesto un gorrito, y de inmediato reconocí que era de Samarcanda. Me
hizo recordar mi viaje de hace años a la antigua URSS, poco tiempo después de
que cayera el muro de Berlín y por lo tanto se deshiciera poco a poco la Unión
Soviética. El hombre me regaló una sonrisa y al instante sentí una especie de
electricidad que me recorrió el cuerpo. El anciano cogió una preciosa cajita lacada
de madera y me la ofreció diciendo:
—Llévatela,
es para ti. Hace tiempo que te está esperando.
Sonreí
y la cogí entre las manos intentándola abrir. Estaba cerrada a presión, pero
alguna cosa sonaba dentro. Lo intenté varias veces pero continuaba sin quererse
abrir. Le pregunté al buen hombre cuánto costaba, y mirándome fijamente a los
ojos, me dijo bajando la voz como si quisiera que nadie más escuchara lo que me
iba a decir:
—La
caja es tuya, hace años que te espera.
Abrí
el monedero y saqué algún billete pero el señor se dio media vuelta y fue a
atender a otros clientes. Entendí entonces que realmente era un regalo y me la
llevé a casa.
Volví
a intentar de todas las formas posibles abrirla, pero continuó herméticamente
cerrada. Me fui a dormir y no sé cuantas horas habían transcurrido cuando de
repente me desperté sobresaltada. Me levanté de la cama, cogí la cajita, y sin
casi tocarla pude sacar la tapa. Contenía una moneda antigua de Lenin. La cerré
de nuevo y me volví a la cama.
Aquella
noche tuve un sueño revelador. La cajita con su moneda, perteneció a esa tieta olvidada, hermana de mi padre, que
cuando estalló la Guerra Civil Española se la llevaron en un buque a Rusia y
jamás regresó, ni nunca volvieron a saber de ella.
Desde
ese día no hay noche que no sueñe con mi tía. La veo en una casa de acogida,
jugando con más niños, y siempre me mira, y parece que me quiere decir algo que
de momento no sé interpretar.
Veremos
esta noche si me dice algo más. Quizás la moneda de Lenin . . .
1 comentario:
Con sempre, molt bé tata roserita
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