jueves, 15 de abril de 2021

LORELEI, LA SIRENA DEL RHIN

 


                         




    

          Hacía pocos meses que la empresa nos había trasladado a su fábrica en el Prat de Llobregat, y vino de Alemania una compañera de nuestra filial en Stuttgart. Su misión era revisar los flujos de trabajo en el departamento de Logística. Por aquel entonces yo tenía muchos amigos y gente para salir. Un día me llamó mi amiga Susana, la secretaria del gerente, y me dijo si no me importaba introducirla en el grupo de mis amigos y enseñarle Barcelona. Por supuesto de inmediato acepté y enseguida nos hicimos muy buenas amigas. Anne, tenía la enfermedad de Crohn. De hecho, al poco tiempo de estar con nosotros le dio un brote. Como sabían que éramos amigas me llamaron de su departamento para que la llevara a urgencias. Ella, pobrecita, ya sabía lo que le pasaba porque desde jovencita sufría esta enfermedad. La llevé al hospital de Bellvitge y, después de hacerle varias pruebas, querían ingresarla. Ella me pidió llorando que por favor no la dejara allí. Entonces me la llevé a mi casa hasta que se puso mejor y pudo regresar a su país. A partir de ese momento nos hicimos muy buenas amigas y cuando llegó el verano la fui a visitar. Recuerdo un largo viaje en autocar. El resto de viajes que más tarde hice fueron por supuesto en avión. Cuando iba a su casa ella se desvivía en comprarme los alimentos que sabía que a mí me gustaban. Allí comen bastante diferente, yo soy un poco vegetariana. Vivía en un bonito apartamento a las afueras de Stuttgart, una localidad llamada Filderstadt. Ella tenía también muchos amigos y día sí y otro también, teníamos invitaciones para cenar. A veces nos poníamos de acuerdo y cogíamos las dos los mismos días de vacaciones y ella me llevaba con su coche a recorrer diferentes poblaciones de Alemania.

          Uno de los últimos viajes que recuerdo fue al Lago Constanza. Allí estuvimos unos días en un hotelito familiar y una mañana cogimos un barco que nos llevó de excursión por el Rihn. Navegamos todo el día y al mediodía nos acercaron a un pequeño pueblo de pescadores cerca de un acantilado. Nos dejaron tiempo libre para comer y fuimos a una taberna que servían menús. Me sorprendió un bonito cuadro de una muchacha subida en unas rocas tocando una bandurria. Cerca de ella se veía unos pescadores que parecía que estaban naufragando. Yo de seguida me interesé por el cuadro y Anne se lo preguntó a la camarera. Se trataba de una leyenda: “Lorelei, la sirena del Rhin

          —Cuenta la leyenda, —empezó relatándonos la chica— hace muchos años vivía en este pueblo una hermosa doncella que trabajaba en esta taberna. Un día vino un joven a tomar unas cervezas con sus amigos. Se trataba del hijo de un noble que habitaba en el castillo, encima del acantilado.  Al instante se quedó prendado de la belleza de la joven y empezó a cortejarla. Finalmente los dos se enamoraron y empezaron a salir. Cuando le llegaron los rumores a oídos del padre y se enteró de que su hijo estaba festejando a una doncella de casa humilde, sin dote alguna, le impidió que siguiera frecuentándola y apresuró los preparativos de la boda con la hija de otro noble de un condado vecino. Os podéis imaginar la tristeza inmensa que le causó a la pobre muchacha —continuó explicando la camarera muy entusiasmada— hasta el punto que un día sin más, se subió al castillo para encontrarse con su amado y cuando preguntó por él, no la dejaron entrar y le dijeron que había contraído matrimonio. Fue tan inmensa la angustia, que sin pensarlo se lanzó al vació y cayó al mar. Jamás encontraron su cuerpo. A partir de entonces empezaron a suceder cosas muy extrañas. Hubo diversos naufragios de barcos que acababan estrellándose contra las rocas. La leyenda cuenta que Lorelei se convirtió en una sirena y con su música atraía a los pescadores en venganza de su traición.

          —Qué historia más bonita —exclamé yo— me encantan las leyendas de amor y desamor.

         

          De hecho yo soy una experta. Tengo una colección de amores y desamores, que algún día escribiré un libro. Al igual que Lorelei, conocí no hace mucho a un hombre que me estuvo cortejando un tiempo, Yo también me enamoré con locura, sólo su presencia ya me excitaba. Yo sabía que estaba casado, en eso jamás me engañó, pero quería de una vez por todas romper su matrimonio, porque según decía, su esposa lo tenía hacia años como un florero. Viajamos muchísimo y llegó un punto que finalmente se separó de su mujer y cogió un apartamento en la misma localidad donde yo resido. Os podéis imaginar lo contenta y feliz que yo me sentía, pues finalmente se había decidido y no lo tenía que compartir con nadie. Aunque cada uno vivía en su casa, realmente nos pasábamos la mayor parte del día juntos, compartiendo toda clase de actividades; esquí, gimnasio, playa, restaurantes, cine, teatro, conciertos, todo aquello que él, por sus circunstancias, hacía años que no disfrutaba. Cualquier cosa le hacía mucha ilusión y yo me reía diciéndole que parecía que acabara de salir de la cárcel, de una condena de treinta años. Un día recuerdo que estábamos dentro del jacuzzi del gimnasio y me dijo que necesitaba más espacio. Necesitaba sentirse libre y ver qué había en el mundo exterior. Si se lo permitía, siempre estaríamos juntos. Yo me entristecí, pero lo amaba tanto, y por no perderlo, cedí.  A la vuelta de un viaje que hicimos a Marraqueix para celebrar el Fin de Año, me vino a ver a casa y me confesó que se había enamorado de una de esas mujeres esbeltas, rubias, que calzan zapatos de tacón alto y que por sus experiencias, saben tratar a los hombres, consiguiendo llevarlos a su terreno. Yo desde luego carezco de esas armas de mujer.

          Poco después de estos acontecimientos, recibí otra mala noticia. Simplemente me llegó un whatsapp en alemán, desde el teléfono de mi amiga Anne, comunicándome que había fallecido. Me quedé desolada. Precisamente el año anterior había venido con su hermana a pasar las Navidades a Barcelona, pues su hermana no había estado nunca. Lo pasamos genial recorriendo todos los lugares típicos como buenas turistas.

          Ahora, muchos días cuando bajo a ver el mar, y la tristeza me embarga y la angustia no me deja respirar, me acuerdo de Loreiei. Fijo la mirada y me parece verla allá en la lejanía, primero me enseña su bonita cola dorada y luego me observa con benevolencia, invitándome a que la siga. Yo también me tiraría al mar y dejaría que sus aguas me engulleran para convertirme en una sirena como ella. Entonces me acuerdo de Anne, ella tan locuaz y bondadosa, seguro que me diría que yo no fui culpable de nada. Era un matrimonio que estaba roto hacía muchos años y, lo más importante, yo me enamoré y di y sentí todo el amor que una mujer puede dar. Fueron unos meses maravillosos y eso nadie me lo puede quitar. Anne, te echo mucho a faltar. Qué pena que ya no estés. Me iría a tu casa y seguro que me harías olvidar a ese hombre que no me convenía.

 


1 comentario:

Margot dijo...

Feliz viaje Anne y un te quiero para la escritora Roser