sábado, 4 de agosto de 2007

EL REGRESO DE ABDUL


Son las 8,30 de la mañana y como cada día Abdul baja las escaleras del metro de Diagonal/Paseo de Gracia para dirigirse a la Zona Universitaria. Estudia la carrera de Ciencias Políticas y a sus 21 años su aventajada inteligencia le hace sacar los cursos con sobresalientes y matrículas. Mientras desciende, una sacudida en el antebrazo seguido de un hormigueo y suaves picores le hacen mirar al cielo y pensar que amenaza lluvia. Siempre los días que va a llover se resiente en los brazos y una fuerte sensación de vacío, tristeza y rabia se apoderan de su alma por unos instantes. Luego sin darle importancia, clava sus negros ojos en la chica que delante de él se adelanta corriendo para coger el tren que en esos momentos arriba al andén. Disimuladamente ella lo observa por el rabillo del ojo mientras pasa las hojas vagamente de un libro de texto. Abdul es un muchacho muy atractivo. Su tez morena y sus rasgos descaradamente árabes delatan sus orígenes. Sus ademanes y su porte elegante demuestran que forma parte de una familia acomodada.

La chica que ahora ha cerrado el libro lo mira fijamente y cuando él se da cuenta le brinda una amplia sonrisa.
¿Nos conocemos? – dice él interrogante
Perdona, ¿te llamas Abdul? – le pregunta ella en árabe.
Sí, pero . . .
Te he reconocido, eres el chico iraquí que . . .

Por unos momentos el tiempo se para, todo se ha vuelto negro, la cabeza le da vueltas, siente nauseas y un fuerte silbido le ensordece los oídos. ¿Dónde se encuentra? Instintivamente quiere tocarse los brazos pero no los tiene. Está inmóvil, tremendamente cansado y dolorido. Avergonzado. ¿Quién es toda aquella gente con bata blanca que lo manipulan y observan? Casi no puede abrir los ojos. ¿Qué son tantos focos, tantos flahes? ¿Y mi familia? ¿Dónde están mis padres y hermanos? Tengo sueño, mucho sueño, quiero dormir. Una fuerte explosión le despierta, y un dolor atroz le hace emitir un grotesco alarido. Todo oscurece de nuevo.

Próxima parada, Reina Cristina.

Abre los ojos y busca a la chica. Se encuentra con la mirada expectante de una señora mayor que ha presenciado todos sus movimientos y gemidos. ¿Dónde está la chica que le habló en árabe y que le ha hecho recordar su tragedia? ¿Ha sido quizás otra de sus pesadillas? ¿Por qué no puede de una vez por todas olvidarse de aquellas amargas vivencias? ¿De qué sirvieron tantas horas de terapia con sicólogos y eminentes psiquiatras? Los brazos, éstos no son mis brazos. Le vuelven a picar. Sale a la calle y escucha un trueno. Al instante empieza fuertemente a llover. Se apresura y entra en la facultad. Transcurren las horas y termina su última clase. Regresa a casa y su madre está terminando de preparar la cena.

Hola hijo, ¿cómo ha ido el día hoy? Pareces cansado, haces mala cara, ¿qué te ocurre?
Nada mamá.
¡Ana, déjalo tranquilo!, dice su padre mientras se enciende una pipa.
¿Cómo van los estudios Abdul?
Bien papá. Ceno un poco y me voy a dormir. Realmente hoy ha sido un día bastante duro.

Abdul quería a sus padres. Les estaba agradecido por todo lo que habían hecho por él. Eran buenas personas.

Emilio, su padre, hace 20 años era un funcionario de la ONU que trabajaba para Oriente medio negociando y colaborando en el establecimiento del estado de Palestina. Vivía en Canarias, su tierra natal, pero constantemente por su trabajo viajaba a Israel y Jordania donde se pasaba grandes temporadas alejado de su gente. Un día se conectó a Internet y conoció a su madre. Después de una relación de dos años por fin vino a buscarla a Barcelona donde ella vivía y poco tiempo después se casaron. Cuando los americanos invadieron Iraq para derrocar el régimen de Sadam, la pareja se encontraba en Amman y se enteraron de la tragedia de Abdul. Salió durante mucho tiempo en todas las noticias de qué forma aquel pobre niño perdió en un una noche de continuos bombardeos sus dos brazos y a toda la familia. En aquel entonces la comunidad internacional se hizo eco del suceso e intentaron ayudar y paliar el sufrimiento de aquel inocente. Los mejores médicos del mundo se desplazaron hasta Kuwait donde fue trasladado para curar sus heridas. Durante dos largos años se pasó entre hospitales donde le implantaron dos brazos de última tecnología e intentaron también rehabilitar su mente. Los sicólogos aconsejaron que sería bueno para el chaval buscarle una familia y como Emilio y Ana no podían tener niños, decidieron adoptarlo. Emilio movió algunos cables y con su posición no tuvo ningún problema en conseguir la custodia del muchacho. Se volvieron los tres para España y establecieron su residencia en Barcelona. Aquellos últimos 10 años habían transcurrido felices para Abdul. Lo tenía todo, no le faltaba de nada. Pero últimamente cuando amenazaba lluvia se abrían sus heridas. Ahora cada vez con más intensidad. ¿Quién era aquella chica que lo había reconocido en el metro o, quizás sólo había aparecido en su mente? El sueño lo venció y se durmió con esos pensamientos.

Abdul tienes que volver a tu tierra, tu pueblo te necesita. Tienes que vengar a tu familia y echar a los yanquis de tu país.
Pero, tú, ¿quién eres?
¿No te acuerdas de mí? ¿Tanto he cambiado en estos años? Cariño, soy Fhara, tu hermana. Pero, si mi familia murió toda en el bombardeo.
Eso es lo que te hicieron creer porque yo no estaba en la casa aquella noche, ¿no lo recuerdas? ¿Pero ahora dónde estás?

A la mañana siguiente Abdul se levantó más cansado y confuso que la noche anterior pero con una idea fija. Golpeó la puerta de la habitación de sus padres y sin esperar que le contestaran la abrió con fuerza y dijo:

Regreso a Iraq, mi pueblo me necesita.





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