domingo, 7 de agosto de 2022

LA ACUARELA DE LOS RECUERDOS

 

 


—María, ¿te has quedado dormida? Despierta cariño, que vamos a servir la cena.

—Pobrecilla, me hace pena. ¿Has visto lo bien que pinta?

—Sí que da lástima y, ¡tan joven! Me comentó el otro día la directora de la residencia que ya tienen los resultados de las pruebas que le hicieron. Confirmado el diagnóstico: “Demencia con cuerpos de Lewy”.

—Me lo temía.

María abrió los ojos, y lentamente se fue incorporando, confusa, sin saber bien, bien, dónde estaba. No reconocía a nadie, le resultaban extrañas las voces de las cuidadoras que con amabilidad le pedían que recogiera las pinturas y su maravillosa acuarela.

Aquella noche cenó poco, cada vez comía menos. No tenía hambre. Igual que cuando murió mamá y me tuvieron que poner inyecciones de aceite de hígado de bacalao. Estas imágenes sí que las recordaba como si fueran ayer. Papá me enseñó a pintar. Me compró una caja grande de tubitos de pinturas y aprendí con él como mezclar los colores para obtener todos los matices. «Coge un vasito de agua y un pañuelo. Recuerda que los pinceles siempre han de estar limpios, María. Entonces pones un poquito de pintura en un platito y con el pincel mojado lo mezclas bien y empiezas a pintar»

Muy de vez en cuando tenía espacios cortos de conciencia y entonces sí que sufría. Una tremenda solitud la atrapaba. Todos los seres queridos la habían abandonado. Así se sentía. Unos traspasaron a un lugar que no sabemos si existe y otros se fueron porque la gente sube y baja de tu tren. Ese tren que es la propia vida y que va haciendo paradas en diferentes lugares y tiempos. Y cuando uno ya no puede más y somatiza  todo aquello que le sobrepasa, aparece la enfermedad. Por voluntad propia se quiso venir a esta residencia, quizás con la esperanza de encontrar cobijo y paz.

María plasmaba en su acuarela, con una destreza innata, todos aquellos recuerdos, deseos y caos que su dañada mente albergaba. La bicicleta que año tras año pedía a los Reyes Magos y jamás me la trajeron. La ventana del taller de papá vista desde el terrado. La ropa blanca tendida al sol después de hacer la colada de los lunes. Un pajarillo que se ha caído del nido y busca errante un nuevo hogar. Así me veía la primera terapeuta que me trató. Un dinosauro que todas las noches me acecha en sueños.

Pasaron unas semanas y una mañana cuando una de las cuidadoras la fue a despertar, María ya no estaba con nosotros. Se había ido con los suyos, los que sí la estimaban. Su cerebro se paró, pero todavía durante unos minutos, un vaciado de memoria le hizo visualizar tantos recuerdos  de toda una vida.

 

Roser Lorite

 

 


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