En mi
pueblo hay una tradición que pasa de abuelas a nietas. Yo no iba a ser menos y
cuando me casé, mi abuela me entregó una liga de color rosa con un bonito
encaje, para que me la pusiera en la pierna el día de la boda. También me
ofreció un frasquito pequeño conteniendo veneno. Esto era únicamente en el caso
de que el marido te saliera rana y quisieras sacártelo de encima sin levantar
sospechas. Es bien sabido que las mujeres, si es que queremos matar a alguien,
lo hacemos con veneno.
Yo me sorprendí y no quería aceptarlo, porque estaba tan
enamorada del hombre que iba a ser mi marido, que no podía imaginarme qué cosa
tan horrible podría suceder, para que yo tuviera que llegar a ese extremo.
—Cógelo niña, no seas burra —me dijo la abuela poniéndome
el frasco entre las manos.
Yo no rechisté y guardé aquel recipiente en el cajón de una
cómoda.
Me casé y tal como yo esperaba, me sentía inmensamente
feliz con mi marido. Éramos una pareja envidiable. Cada uno tenía su trabajo,
nos respetábamos los espacios e incluso algún día cada uno salía con sus amigos
porque nos teníamos plena confianza.
Habían pasado los años pero continuábamos igual de
enamorados como el primer día. No habíamos podido tener hijos, pero en su
momento lo estuvimos hablando y decidimos que tampoco los necesitábamos y no
hicimos nada al respecto.
Un día llegó a casa muy contento mientras yo estaba
cocinando unos buñuelos de bacalao que sabía que le encantaban y me dijo
dándome un beso, que en la empresa lo habían ascendido y que sólo había un
inconveniente. Tendría que viajar algunos días al mes y pernoctar en las
ciudades donde la empresa tenía las filiales. —No pasa nada cariño, aunque no
me hace gracia de dormir sola, pero ya me acostumbraré.
Aquel ascenso nos supuso un aumento sustancial de nuestra
economía, con lo cual nos podíamos permitir el lujo de hacer largos viajes en las
vacaciones. Todo iba como una seda, hasta que un día de los que él estaba en el
extranjero, sonó el teléfono a media noche. Sobresaltada lo cogí, y al otro
lado de la línea, una mujer entre sollozos me dijo que estaba embarazada.
Al cabo de un tiempo, una noche antes de que él regresara
de viaje, me puse a cocinar los buñuelos que tanto le gustaban, pero cuando ya
tenía la masa preparada, fui a la cómoda, abrí el cajón y cogí el frasquito que
me regaló la abuela.
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