lunes, 21 de febrero de 2011

FRANKESTEIN O EL MONSTRUO DE LA SOLEDAD



Cruz, aquella tediosa tarde de viernes, de un caluroso mes de Agosto, descolgó el teléfono y marcó las cuatro cifras que estaban insertadas en el anuncio del apartado de contactos de la Guía del Ocio.
“Hombre de 45 años, divorciado, artista, busca mujer de edad similar para entablar amistad y posible relación estable”. Interesadas llamar al teléfono del anuncio.
Una voz cálida, con frases estudiadas, decía que se llamaba Adrian, tenía los ojos azules, llevaba el pelo largo, recogido en una cola y se dedicaba al cine y a la música. Quería conocer a una mujer que quisiera compartir buenos momentos e iniciar una relación estable.
Cruz, con la voz entrecortada, dejó su mensaje a la grabadora que recogería el nombre y su número de teléfono. Al colgar, un ligero estremecimiento vapuleó todo su cuerpo.
No pasaron más de dos horas cuando sonó el teléfono y la misma voz cálida, contenida y modulada, la estaba invitando a una cita para conocerse.
Quedaron el sábado a las siete de la tarde en las Atarazanas, en el quiosco de la derecha, al final de Las Ramblas. El llevaría un pantalón azul y una americana, o chaqueta de cuadros con las solapas grandes.
Cruz se apresuró a vestirse las ropas que le había indicado por teléfono y se maquilló un poco más de lo habitual. Cogió el metro y al subir las escaleras lo reconoció enseguida. Al verlo, el corazón le volvió a dar un vuelco y quiso darse media vuelta. Pensó entonces que, ¿por qué no iba esta vez a cambiar sus ideas estructuradas y darle una oportunidad a este hombre, aunque su imagen no fuera la del prototipo de sus sueños?.
Con paso rápido se acercó a él, que haciendo ver que estaba distraído, daba vueltas al dispensador de las postales y le preguntó:
-Perdona, ¿eres Adrián?
- Hola, si. . . ¿tú Cruz?
Se dieron un beso en la mejilla y caminaron hacia el Maremagnum, atravesando Colón y en dirección a la Barceloneta, pero la conversación los llevó hasta el Port Olimpic. Allí finalmente se sentaron a tomar una cerveza y mientras comentaban el libro “Las Nueve Revelaciones”, el sol del atardecer iluminaba Los ojos azules de Adrián. En aquel instante, Cruz se relajó y sintió como todas sus hormonas se alteraban.
Siguieron caminando, varias veces cambiaron de local, y cuando ya casi no quedaba gente por la calle, decidieron despedirse. El cortésmente, primero la acompañó a casa.
A Cruz le volvió la alegría, aquel hombre parecía realmente interesante, a pesar de su aspecto. Se apartaba de todos aquellos que hasta la fecha había conocido y que para ella siempre fueron inalcanzables. Quizás esta vez lo conseguiría. ¿Quién sabe si éste sería el que ella tantas veces había soñado?.
Tuvieron una segunda cita en la que Adrián, hábilmente, le habló sobre sus relaciones anteriores y sus empresas y negocios, despertando cada vez más el interés de Cruz. Iban en el metro cuando él sin ningún escrúpulo le comentó:
- Ahora compagino la música con la filmación de una película porno.
Cruz se sonrojó y por el rabillo del ojo dio una ojeada a todo el vagón del metro para comprobar que la gente no estaba escuchando la conversación. Adrián sin embargo, con naturalidad le iba dando toda clase de detalles sobre la película, los actores y actrices, la preparación y la toma de escenas. Cruz dando fin al tema le preguntó por la música.
- ¿Qué haces exactamente con la música, tocas algún instrumento?
- Compongo música con el ordenador.
Una tarde, mientras veía la televisión con su gato Hyndra, sonó el timbre de la puerta y Adrián a través del interfono le preguntó si lo invitaba a tomar un café.
Sentados en el sofá, escuchando las entrañables músicas de Serrat, llegaron las caricias y sus labios se encontraron fundiéndose en largos besos. Las manos expertas de Adrián ya habían desnudado parte del cuerpo de Cruz, cuando con voz temblorosa ella le dijo al oído que no tenía demasiada experiencia.
No hacía falta que Cruz le dijera aquellas palabras. Ya la había calado desde el primer momento en que la vio, subiendo las escaleras del metro, queriendo huir al verlo. Enseguida supo cómo debería tratarla e intuyó que sería una presa fácil. No tenía ninguna prisa, la fruta madura cae por su propio peso.
Mientras tanto, el gato de Cruz, sin poder soportar la presencia del maligno, saltó por la ventana que por descuido, había quedado abierta y se lanzó al vacío, cayendo 3 pisos y gastando una de sus siete vidas.
Esa tarde todavía no hicieron el amor, pero Cruz estaba ya preparada. Esta vez sí que por fin rompería con todos los tabús y represiones, y se dejaría llevar por los senderos dulces del amor y el sexo. Adrián ya se encargaría con mucha astucia de saberla conducir, utilizando en cada momento las palabras que Cruz esperaba y deseaba oir.
Así, pocos meses antes ya se lo habían anunciado. En su desesperación por no encontrar pareja, una vez más, Cruz fue a consultar el tarot a una vidente. Esta le dijo que en una reencarnación anterior había sido una especie de monja, que iba de aldea en aldea haciendo el bien a los más necesitados. Ahora debía cortar con ese karma y bajar a los infiernos para tener nuevas experiencias. Estaba a punto de conocer a un hombre que la introduciría en el sexo.
A la semana siguiente, el domingo cogieron el tren y se fueron a pasar el día a Sitges. A la vuelta, ya anocheciendo, el tren iba abarrotado de gente y Cruz quedó aprisionada entre una puerta y el pecho de Adrián. Sintió como su cuerpo ardía, no tanto por el sol que había tomado, sino por el deseo y la pasión. Al llegar a la estación de Sants, Cruz le dijo que si no quería no hacía falta que la acompañara a casa, no fuera a perder su último autobús a Santa Perpetua, donde vivía Adrián con sus padres.
- Yo no dejo a una mujer sola en la calle. Pero espero que tú tampoco me dejarás tirado un domingo por la noche.
- ¿Qué quieres decir?
- Pues que está claro que esta noche duermo contigo. Además veo en tus ojos que lo estás deseando.
Aquella primera noche, Cruz conoció a Frankestein.


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