domingo, 14 de noviembre de 2010

SUPLICANDO A DIOS

Con los ojos empañados, llenos de lágrimas, con el nudo en la garganta, explotó en un llanto amargo y mudo que le escoció el alma.

Eran las dos de la mañana y sentada delante del ordenador, leía uno tras otro los mails que su amor le enviara. Los tenía todos guardados, archivados por fechas en una carpeta, con el nombre de su amado.

Jamás se habían visto, pero durante un año se fueron intercambiando escritos, se contaron su vida, su infancia, sus experiencias, sus amores y desamores, sus sueños y deseos. Eran dos almas gemelas, como dos estrellas que viajaban por el Universo.

Un día él le comunicó que vendría por fin a conocerla, pero transcurrió el tiempo y no apareció. Al cabo de una semana supo que tuvo que ser ingresado por una dolencia cardiaca. No tuvo más noticias.

Ahora ella rezaba y entre sollozos pedía a Dios que le curara. ¡Dios mío!, que frase tan extraña . . . hacía tanto tiempo que no la pronunciaba. En un instante su mente se llenó de recuerdos. Aquellas tardes de colegio, cuando la monja les leía la Historia Sagrada. Ella disfrutaba imaginando todos aquellos relatos. Viviéndolos intensamente. Muchas veces se emocionaba. El día de su primera comunión, intentando tragar la hostia sin morderla, ¡que nervios! Queriendo sentir a Dios dentro de su alma. Todos aquellos misterios que su pequeña mente no comprendía, pero a fuerza de ser inculcados ya eran tan familiares que formaban parte de ella misma. Eran sus creencias.

Pero el tiempo las fue disipando. La propia vida te las desmonta. Una vez leyó que los dioses desaparecen cuando el hombre adquiere el conocimiento. Y así le sucedió a ella. Yavé, Jehová, Alá, Krisna, cuantos nombres tenía Dios y en nombre de Él cuanta sangre derramada. ¿Cuántas guerras y calamidades tenían los hombres todavía que sufrir?. ¿Cuándo la Humanidad por fin sería adulta?¿Quién era ese Dios que permitía que niños inocentes murieran cada día de hambre? Por eso, todas las religiones sólo eran leyendas para pueblos ignorantes que deben ser conducidos. Comeduras de coco para tenerlos oprimidos. Ya nadie se creía esas historias.

Sin embargo, ¿cómo es que ahora recurría a Dios para que la ayudara? Ella sabía que Dios no existía. Se sentía desesperada. Jamás había tenido suerte en el amor. Ningún hombre le había durado mas de dos semanas. Pero con él había sido distinto. Un buen día le escribió, le abrió su corazón, le ofreció compartir a su lado y ella confió en él, lo amaba. Quería verlo, conocerlo. . . Dios mío, ayúdame!!! Haz que se cure, que vuelva a tener noticias suyas.

Los ojos los tenía hinchados de tantas lágrimas y el sueño la venció. Entonces se encontró perdida en medio de una densa oscuridad. Su corazón latía fuertemente, pero a su vez, sentía que no tenía cuerpo. De repente se abrió enfrente de ella un punto de luz que se fue acercando hasta cegarla y cubrirla. Era una luz blanca y metálica. Olía a rosas. Alguien se acercó y supo que era su amado. Se llenaron de besos y colmaron todos sus deseos.
Sabían entonces que siempre habían existido, que ya se conocían. Que su amor era eterno, que tenían luz propia y que brillaban y formaban parte de un todo. Les fueron revelados los grandes secretos.

A la mañana siguiente su alma estaba en paz. No podía explicar de qué forma ni manera, pero en lo más profundo de su corazón la fuerza la llenaba. Ya nunca jamás tendría miedos, ni se sentiría sola. Sonó el teléfono y escuchó la voz de Emilio. Cariño, ya estoy bien. Todo ha pasado. Esta noche soñé contigo, le dijo. Tengo muchas ganas de verte. Te quiero.



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