domingo, 8 de noviembre de 2009

KIBUR



Podríamos así nombrar, a cualquier pueblo o pequeña ciudad, situados a no importa cuántos kilómetros de ninguna parte, en medio de tierras arcillosas y rodeados por inhóspitos desiertos. Un único camino que ni siquiera llega a carretera, pues si algún día se cubrió de asfalto, el pasar del tiempo lo fue erosionando, nos conduce hasta sus murallas, construidas hace varios siglos, pero que conservan intactas en su arquitectura la influencia árabe. Todavía restos de mosaico azul, nos recuerdan a las construcciones de las madrazas de Chiva o Buhara en Uzbekistán.

Quizás también por ella en otros tiempos, caravanas y mercaderes cargados con ricas sedas arribaran para pernoctar. Hoy sus calles empedradas, cubiertas de polvo y suciedad, ya solo reciben las pisadas de los mendigos y gentes tullidas sin hogar, que como último refugio habitan las ruinas de las casas y plazas que antes configuraban la ciudad.

Un fuerte hedor flota en el ambiente. Abandono, sufrimiento y muerte. Lejos queda en el recuerdo el olor a las especias, las fragancias de los perfumes los colores de las flores y el griterío en los mercados de mujeres, hombres y niños en sus haceres cotidianos.

Qué hecho tan horrible tuvo que suceder, para que solo los espectros y alimañas deambulen bajo un sol sofocante. Ni una gota de agua para echarse a la garganta. El rio mas cercano quedó contaminado y los animales que bebieron, sus restos todavía flotan en las aguas, porque nadie tiene ánimos ni intención de que la vida vuelva a estos lugares.

Este es el resultado de una guerra estúpida, que segó la vida de miles de seres inocentes y llenó de miseria y desesperación a los pocos supervivientes que esperan con resignación una muerte lenta, pero liberadora.

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