
No sé exactamente qué ocurrió, sólo recuerdo que iba conduciendo mi coche nuevo. Hacía pocas semanas que me lo habían entregado y lo estaba probando. Circulaba a gran velocidad y lo quise poner al máximo para averiguar cuántos kilómetros alcanzaba. Me sentía contenta y feliz, pues hacía mucho tiempo que no conducía y en aquellos momentos estaba experimentando un profundo placer. De repente una luz intensa me deslumbró por completo y de inmediato sentí un fuerte impacto.
Sin explicación alguna, todo quedó oscuro y fui transportada por una especie de largo túnel. A medida que iba descendiendo, bueno... lo cierto es que no tengo ni idea si subía o bajaba, me fueron pasando como fotogramas, imágenes y recuerdos que ya tenía olvidados. Vi a mi madre que llevaba a una niña de la mano, que no tendría más de dos años. También apareció mi padre en su taller de joyería, moldeando una pieza, como tantas veces lo había visto a mi vuelta del colegio, cuando entraba a darle un beso. Así fueron sucediendo vivencias con familiares, amigos, mi primer novio; viajes, etc. Entonces lo vi claro, había muerto.
El paisaje me resultó familiar. Era como cuando viajaba en avión y veía las nubes flotando en el aire, como grandes masas de algodón de diferentes formas y tamaños. Ahora yo estaba caminando por encima de ellas, al igual que había imaginado en muchas ocasiones. Sin darme cuenta, se acercó un señor con barba que me pareció un ángel, pero que también pudiera ser un monje. Me dijo que me acomodara en la nube que más me gustara. También me indicó que al día siguiente debería presentarme en la oficina de empleo. Aquello me sorprendió, pero no pronuncié palabra. Pasé la noche recostada en una pequeña y regordeta nube que me pareció muy cómoda. A la mañana siguiente, los primeros rayos de sol me despertaron.
Todo había cambiado de aspecto, y una gran ciudad en medio de un frondoso bosque se abría ante mí. Los colores eran intensos y parecían sacados de un cuadro al óleo. Se veía un gran ajetreo, pero no parecía que a nadie le afectara. No me costó en absoluto encontrar la oficina de empleo. Me percaté enseguida que al igual que yo, mucha más gente recién llegada, hacían cola esperando les explicaran de qué iba el asunto. No sé cuánto tiempo transcurrió, quizás fue sólo un instante, cuando el empleado, que parecía otro ángel, me preguntó mirando mi expediente:
- ¿Qué le apetecería hacer? Puede escoger entre: Constructor de estatuas de hielo, militar vigilando el desierto, peinador del mar, o pulidor de estrellas. Esto último me pareció interesante. Sin dudarlo le contesté: - Pulidor de estrellas.
- Bien, sabía que escogería esto. Es ideal para usted. Empezará mañana por la noche, ¡claro!, aunque ya puede recoger en la habitación de al lado los bártulos. ¡Ah!, no se olvide de leerse bien el libro de instrucciones.
Me cogió aquel típico hormigueo que experimentas cuando empiezas un nuevo trabajo y dudas si serás capaz de desempeñar aquella tarea. Me senté en un banco y abrí el manual. Fui pasando hojas pero ninguna estaba escrita. Sin embargo, a medida que las pasaba, sabía exactamente cómo y de qué manera debía hacer el trabajo.
Cuando al día siguiente empezó a oscurecer, me monté en el transporte que me facilitaron. Era una especie de vehículo como los que utilizan los jugadores de golf, y cargué en él, cepillos, fregonas, cubos, etc. Para aquel entonces todo el cielo estaba ya cubierto de estrellas y me fui a la que me pareció más lejana. Descargué todos los bártulos y me dispuse a limpiarla. Era una bonita estrella de seis puntas pero que estaba completamente opaca y sin brillo. Empecé a frotarle fuertemente con una bayeta humedecida y apareció la cara de una niña que me miraba sonriente. Me estremecí y recordé las palabras de mi amor: “Te veo princesita en el Universo, brillando como una estrella” Me fijé bien y esa niña era yo misma, atrapada dentro de la estrella. ¿Había estado allí siempre, o acababa de llegar?. Recordé también entonces, cuando de niña preguntaba por mamá y mi padre me sacaba a la terraza y mirando al cielo me decía: - Cariño, mamá está en el cielo. “Las personas buenas cuando mueren se van al cielo y se convierten en estrellas”. Empecé a frotar más rápido, con el ansia de descubrir toda la imagen. En aquel preciso momento apareció otro ángel y me dijo:
- No se agobie, tómeselo con calma. Tiene toda la eternidad para pulir las estrellas.
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