Un sonido extraño hizo
que despertara. Al abrir los ojos, contemplé una sorprendente imagen que me
dejó impresionada. Una especie de pirámides invertidas descendían lentamente, a
veces se quedaban unos segundos suspendidas y luego continuaban el camino hasta
desaparecer en el fondo del acantilado. Sonaban como una dulce melodía,
mientras emitían unos destellos de color rojo que me deslumbraban.
Recordé de inmediato, cuando de niña, regresaba del
colegio y entraba a darle un beso a papá en su taller de joyería. Siempre
estaba con alguna joya entre las manos, limándola, fundiendo oro y moldeándolo para confeccionar
la pieza. Un día tenía unas piedrecitas que reflectaban la luz emitiendo
destellos de color rojo. — ¿Cómo se llaman estas piedrecitas papá?—le pregunté
entusiasmada.
—Son rubíes cariño, —me contestó muy orgulloso.
Me estremecí y se llenaron de lágrimas mis ojos. Sin
embargo, una potente energía recorría todo mi cuerpo. La imagen había
desaparecido. La noche era negra y oscura. Los últimos acontecimientos te
golpeaban cada día en las noticias. Guerras y más guerras, hambre y
desigualdades. Individualismo atroz y soledad. Tragedias por el cambio
climático. La Humanidad estaba perdida y el mal campaba a sus anchas sin que
nadie pudiera evitar un final próximo.
Volví a mirar al cielo y aparecieron de nuevo las
pirámides con destellos de rubíes. Seres bondadosos evolucionados, llegaban
desde lejanas galaxias a irradiarnos, con la energía más potente que podría
salvar el planeta: EL AMOR
El día en que su vida
sufrió el cambio no había sido anunciado en ningún aspecto. Muchas más personas
tuvieron la misma visita y así todo se fue solucionando.
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