Aquella misma noche, quizás por la calentura de tomar tanto
sol, soñé que volaba como la gaviota. Yo era la gaviota. Volaba rozando el mar,
sintiendo su perfume salobre, viendo los pececillos en el fondo. Me sentía
libre y feliz y hasta me atrevía a alzar el vuelo y llegar muy cerca del
Tibidabo. Era una sensación indescriptible que me llenaba de felicidad. Pero de
repente, notaba que perdía energía y necesitaba posarme sobre las calles de la ciudad.
La gente que paseaba, algunos se asustaban con mi aleteo y me querían atrapar.
Entonces me despertaba alterada. Aquel sueño se convirtió en recurrente y una
terapeuta me interpretó su significado. Yo necesitaba volar y deshacerme de la
influencia que ejercía mi padre. Pocos años después, mi padre falleció y no
tuve más remedió que volar yo sola.
El
tiempo sí que vuela y ahora me siento nuevamente atrapada, luchando cada día
con una solitud que me golpea. Quisiera ser aquella gaviota y volar alto, lejos,
liberada, pero ya ha caído en el olvido.

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