jueves, 23 de octubre de 2025

VOLANDO COMO UNA GAVIOTA




Hace ya muchos años, por estas fechas de verano, acostumbrábamos mi padre y mis hermanos a ir a los baños San Sebastián, allá en la Barceloneta. Íbamos cargados con todos los bártulos, sombrilla, toallas, cubitos y palas para hacer castillos de arena y papá siempre llevaba su cámara fotográfica para inmortalizar aquellos momentos. Tenemos fotos jugando  en el mar, yo nadaba como una sirenita, y al mediodía comiendo la paella familiar. Uno de aquellos días, después de comer, estábamos reposando estirados a la sombra y de repente aterrizó allí mismo, muy cerca de mis pies, una gaviota. Se puso a pasear delante de nosotros y papá sacó su cámara y le hizo varias fotos. La gaviota posaba con elegancia y hasta que papá no paró de tomarle toda clase de fotografías, ella no emprendió el vuelo.

          Aquella misma noche, quizás por la calentura de tomar tanto sol, soñé que volaba como la gaviota. Yo era la gaviota. Volaba rozando el mar, sintiendo su perfume salobre, viendo los pececillos en el fondo. Me sentía libre y feliz y hasta me atrevía a alzar el vuelo y llegar muy cerca del Tibidabo. Era una sensación indescriptible que me llenaba de felicidad. Pero de repente, notaba que perdía energía y necesitaba posarme sobre las calles de la ciudad. La gente que paseaba, algunos se asustaban con mi aleteo y me querían atrapar. Entonces me despertaba alterada. Aquel sueño se convirtió en recurrente y una terapeuta me interpretó su significado. Yo necesitaba volar y deshacerme de la influencia que ejercía mi padre. Pocos años después, mi padre falleció y no tuve más remedió que volar yo sola.

          El tiempo sí que vuela y ahora me siento nuevamente atrapada, luchando cada día con una solitud que me golpea. Quisiera ser aquella gaviota y volar alto, lejos, liberada, pero ya ha caído en el olvido.

 

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