jueves, 7 de abril de 2011

LA HIJA DEL MUSICO



-Dame cinco duros, ¡guapo!. Dame una limosna para que pueda comprar un bocadillo, dijo la mujer mientras extendía su roñosa mano. Gracias, ¿me das también para una Coca Cola?
Sentada en el último peldaño de la escalinata de la iglesia de San Bartolomé, Wildy se pasaba largas horas esperando que algún transeúnte o feligrés, le dejara unas monedas para comer. Cuando reunía dinero suficiente, bajaba la calle Enrique Granados y en la esquina con Mallorca, entraba en el bar Paco para que le prepararan su bocadillo preferido. Algunas veces no podía saborear el pan con tortilla que la mujer de Paco con toda paciencia le cocinaba, porque había gas. Tenía gusto a gas. ¡Maricona!, seguro que te has conchibao con las putas de las policías para que me pongan gas en el bocadillo, le decía exaltada a la pobre mujer, que como siempre no le hacía ni caso y miraba para otro lado. En los peores casos, Paco la tenía que acompañar a la calle, cogiéndole los bártulos y dejándoselos en el asfalto. Wildy, entonces deambulaba desorientada por las calles del example, cargando con todos los bultos, arrastrando sus enseres, recuerdos, su vida en un fardo. Cuando anochecía, el instinto, la estrofa de una vieja melodía la acercaba a la calle Aribau con Diputación. Allí entre medio de dos coches se bajaba la bragas y orinaba. Luego se iba a cualquier portal, deshacía el nudo del fardo y sacaba una pequeña almohada y una recomida manta que le hacía de camastro. Antes de que el sueño la venciera, contaba el dinero que había recogido durante el dia y doblándolo en un pañuelo se lo escondía en el maloliente sujetador. A continuación volvía a meter la mano en el fardo y sacaba la foto amarillenta y sobada que todas las noches besaba. ¿Dónde estará mi madre?, se preguntaba. Tosía, gemía, el gas no la dejaba respirar, le embotonaba la mente. Los recuerdos se le esfumaban.
Una mañana, el primer sol de Marzo brillaba todavía tenue en el horizonte, mientras los ruidos estrepitosos de las obras de la calle le iban taladrando el cerebro. Barcelona se ponía guapa. 1992 era año de Olimpiadas.

Cuando quiso ponerse en pie, dos hombres fuertes la alzaron en volandas y la metieron en una furgoneta. Wildy se resistía, braceaba, daba patadas y escupía todo el odio y la rabia que sentía. El corazón le galopaba. – Dejadme cabrones, ¿dónde me lleváis? Tragó la poca saliva que todavía no había sido lanzada y sintió que las fuerzas la abandonaban. La mirada borrosa quedó fija en una bata blanca. -Con esta inyección dormirá un buen rato, le dijo el médico al policía municipal. La furgoneta arrancó y se dirigió veloz al frenopático del Valle Hebrón.

Clara miró el reloj y dejó de escribir. Guardó el archivo en Word/Mis escritos/La Hija del músico. Se había hecho tarde y tampoco sabía cómo seguir. Mañana se le ocurrirían más ideas. Ahora tenía que salir corriendo, la hora de visita era a las 12 y faltaba poco para la media. Le preguntaría a su prima Wildy si recordaba su infancia, le enseñaría las fotos de su padre. Eran clavados. Se pondría contenta, pobre. Qué vida. Las vueltas que da.

4 comentarios:

Unknown dijo...

Tens que seguir i desenvolupar tota la historia!

Jesus Pardo dijo...

Roser: la felicito por el blog y por las entradas. No sabía de esta faceta literaria suya , ni de su capacidad introspectiva. Enhorabuena! La seguiré

Jesus Pardo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Unknown dijo...

Ara tindras mes info x seguir:-))