Clara salió de la estafeta de correos con la caja de cartón que le entregó la funcionaria. Ya había anochecido y la humedad se sentía en los huesos. Tuvo el impulso de abrir la caja, pues no tenía la certeza exacta de qué contenía, pero el plástico que la precintaba era demasiado fuerte como para poderlo romper con las manos. Necesitaba urgente unas tijeras. Decidió sin embargo volver a casa caminando. Tenía que hacer un poco de ejercicio. Los kilos de más la estaban agobiando. Iría acortando para llegar más deprisa. La luna empezaba a brillar con fuerza, redonda como un plato. Estaba ansiosa y emocionada pensando que por fin podría realizar su proyecto. Al girar por la calle Rocafort se encontró de bruces con el joven del perro. Se miraron a los ojos y Clara le propició una amplia sonrisa de empatía. No creía que llegara a tiempo, pero no le pudo decir nada. ¡Pobre!, la estafeta estaría ya cerrada. Se paró en el semáforo y un autobús, después de un pequeño estruendo, expulsó una nube de humo por el tubo de escape. Se acordó entonces de su prima Wildy. “Ya están soltando el gas”, diría.
Sin ni siquiera sacarse el abrigo fue corriendo a la habitación de la plancha y sacó de un cajón las tijeras. Ismael, su gato, la miraba expectante. Cortó el plástico y abrió nerviosa la caja. Apareció un paquete envuelto en papel marrón de embalar. En el dorso había una etiqueta blanca con una reseña escrita a mano:
CONSERVATORIO ORBON – LA HABANA
“Alma Criolla” – Autor: Esteban Peña Morell
Año 1.929
Los ojos se le empañaron de lágrimas y una estuvo a punto de caer sobre los folios amarillentos que Clara sostenía entre sus manos. Aquellas partituras de música, aunque eran ilegibles para ella, seguro que alguien las podría interpretar, pensó. Tendrían un valor incalculable, después de tantos años, ¿o no?. Dobló el papel de embalar y vio que en el fondo de la caja había un sobre. Contenía fotografías en blanco y negro. Recreó la vista en el que le pareció su tio Esteban. No había duda, era clavado a su prima Wildy. En una estaba sentado, tocando un piano como la imagen típica de Casablanca.
No tenía claro cómo organizaría todo aquello, pero mañana sin falta se pondría a escribir su libro. Es una buena historia, pensó. Solo falta que encuentre las palabras adecuadas y ponga en orden las ideas. Tendría que inventar muchas cosas, lo sabía, pero de eso se trataba. Jugaría con la información real y lo que la musa le aportara.
Le puso comida al gato, mientras recordaba el año de las Olimpiadas. Aquella mañana de domingo que fue a visitar a su prima en el frenopático municipal. Barcelona se preparaba para recibir a deportistas, periodistas internacionales, personajes importantes, turistas de todas las nacionalidades y las calles debían estar limpias. El Ayuntamiento se cuidó muy bien de recoger a indigentes y personas que deambulan sin techo donde cobijarse. Algunos los enviaron a Mallorca y a otros por suerte, se les abrió una puerta que cambiaría su maltrecha vida.
TO BE CONTINUED . . .
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