Dentro de escasos minutos, una voz modulada anunciará por los altavoces el vuelo IB507, con destino Barcelona. Cuando llegue ese momento, recogeré los trozos rotos, cerraré mi mente y te olvidaré para siempre. Bajaré erguida por la pasarela que me conducirá al avión, tomaré mi asiento y nadie intuirá la pena y la tristeza que me embarga. Reprimiré toda lágrima que pudiera delatar el estado anímico en el que me encuentro. Quizás esconderé el rostro enrojecido por la rabia y la ira entre la prensa, esquivando la mirada de algún curioso. Y mañana todo habrá pasado. Los días se sucederán en la rutina habitual y yo me sumergiré en los temas cotidianos de trabajo. Serán alivio y cobijo para llenar tu ausencia. Eliminaré todo aquello que te recuerde, y lo vivido solo ha de servirme para crecer. Ya nadie me hará creer en fantasías ni tampoco partícipe de falsos sueños. Abriré los ojos finalmente, de una vez por todas, y seré yo misma. No me equivocaré pensando que alguien va a plantar flores en mi jardín, pues como dice Borges, “es uno mismo el que se decora el alma”.
“Señores pasajeros del vuelo IB507 con destino Barcelona, diríjanse por la puerta 23 para embarcar”
Ana tragó saliva, apagó el móvil y agarró fuertemente el bolso. Se dirigió con paso firme a la larga cola que en unos segundos se había formado en la puerta 23. Subió al avión, buscó el número de asiento en el resguardo del billete y se acomodó. Con la mirada perdida, veía a través de la pequeña ventana como la tierra se alejaba y, a medida que esto sucedía, un dulce sopor la adormeció.
Al día siguiente, después de dos semanas de vacaciones, se reincorporó al trabajo.
- Hola, buenos días Ana ¿cómo te ha ido por Canarias?
- ¡Fenomenal!, me lo he pasado de coña. Ha hecho un tiempo estupendo y cada día he podido disfrutar de la playa.
- Bueno, cuéntanos . . ., ¿pudiste finalmente encontrarte con tu amor de Internet? Mira que eres atrevida, hacer un viaje tan largo persiguiendo a un hombre que no conoces.
La cara de Ana se transfiguró. Quería que el suelo se abriera y la tragara. Desaparecer. ¿Por qué tenía que ser tan abierta y contar a todo el mundo sus intimidades? Ahora se arrepentía, tendría que explicar la cruda realidad. Sus compañeros se reirían de ella.
Todos sus intentos de volver a ver a Emilio, de averiguar la verdad, de escuchar por sus labios todo lo que Ana quería sentir, habían sido un tremendo fracaso. Emilio, tal como hacía siempre, le empezó a dar largas haciéndole creer, primero que sí se verían y luego que no podrían verse porque no tenía tiempo. Lo habían llamado del Ministerio y tenía que volver a Israel a ver si de una vez por todas conseguía un paso más en la hoja de ruta.
Mentiras y más mentiras.
Ana, a medida que pasaban los días, su corazón dolido por el desamor, fue albergando el odio y la rabia que genera la desconfianza y el sentimiento de haber sido engañado. Finalmente fue abriendo los ojos a la evidencia, que sus amigos y familia ya le habían advertido tiempo atrás.
Cogió el teléfono y durante varios días estuvo haciendo llamadas.
- Hola, buenas noches ¿es el doctor Sánchez Prieto? Perdone que le moleste ¿es usted amigo de Emilio Cabrera, Emilio Cabrera Galván?
- No, no conozco a este señor, pero oiga, señora o señorita ¿quién le ha dado mi teléfono particular? Si es para una cita, llame el lunes al ambulatorio y allí le darán hora.
- Perdone pero si no conoce a Emilio . . .Ana explotó en un sollozo.
- Señorita ¿cómo ha dicho que se llama, qué le ocurre?
Ana, aprovechando la bondad del doctor, le fue detallando como había conocido por Internet a Emilio y como después de varios escritos cruzados, se fue enamorando locamente de él. Emilio había involucrado al doctor como si fuera intimo amigo suyo, para en un momento dado de la trama, apareciese más creíble la intervención quirúrgica a corazón abierto, que supuestamente el doctor Sánchez Prieto le había practicado.
El lunes por la mañana, desde la oficina, en un momento en que su jefe salió a visitar un cliente, cogió el teléfono y llamó a la Comunidad Europea. Emilio le había comentado que su secretaria, gracias a sus influencias, ahora estaba trabajando en Bruselas. Nuevamente, dando el nombre y los apellidos de la secretaria, la telefonista le confirmó que esa persona no trabajaba allí.
Ya para terminar las indagaciones, llamó esta vez al Ministerio de Asuntos Exteriores en Madrid. Le fueron pasando de un departamento a otro hasta dar con la persona que también le aclaró sus dudas.
- Perdone señorita pero es que tengo que darle a Emilio Cabrera una mala noticia y sé que ahora está en Israel en misión secreta. No sé cómo puedo comunicarme con él.
- El nombre que me ha dado no consta en el registro de empleados del Ministerio de Asuntos Exteriores.
- Pero, es que Emilio Cabrera es sólo agregado al servicio. ¿Quizás es que usted no puede revelar que esta persona trabaja aquí, porque el trabajo que efectúa es secreto?
- No señorita, ¿Emilio Cabrera Galván, me ha dicho? No figura aquí ni como empleado ni tampoco como agregado al Ministerio. Aunque la tarea que estuviera desempeñando fuera secreta, su nombre sí que aparecería en el registro. Lo siento, quizás no le han dado los nombres correctos. Este señor no nos consta.
Ana ya tuvo suficiente. Toda la expectación, el sufrimiento, la admiración y el resto de sentimientos que Emilio había generado en ella cuando recibía sus correos, ahora le producían vacio y náuseas. Vergüenza de no haber escuchado a las voces que tantas veces la habían alertado. “Mira Ana que por Internet se dicen muchas mentiras”, le decía su amigo Mario. “Cuenta que este tío igual es un enfermo. Te utiliza como espejo”.
Sin duda alguna Emilio había elaborado toda una trama para reírse de su inocencia y candidez.
Dos años antes, después de haber roto una relación tormentosa con un tío que se hacía llamar a sí mismo Frankestein, Ana abrió el ordenador y entró en una página de contactos para hacer amigos. Creó su perfil e insertó la mejor de sus fotos. Aquella en la que se encontraba más guapa. Pocos días después recibió un correo de Emilio, contestando su anuncio.
“Hola princesita, me llamo Emilio Cabrera y quizás no sea tu príncipe azul pero estoy seguro que podremos ser muy buenos amigos”.
A partir de ese momento los correos se sucedieron simultáneamente, primero uno cada tres semanas y luego uno casi a diario. Ana recuperó su autoestima. Se apresuraba a volver pronto del trabajo para ir corriendo a abrir el ordenador y ver si tenía noticas de su amor. Se fueron contando toda su vida, su infancia, sus experiencias anteriores, su hobbies, sentimientos y forma de pensar.
Ana lloraba y reía cada vez que leía un correo de Emilio. En aquellos momentos hubiese matado a todo aquel que le decía que la estaba engañando. Que un diplomático o asesor o lo que fuera no perdía el tiempo en internet seduciendo a tontainas como ella. A veces Emilio se molestaba en llamarla diciendo que todavía tenía las maletas por deshacer y que había sido duro conseguir en la ONU que los dos mandatarios de Palestina e Israel firmaran una hoja de ruta para conseguir la paz en la zona. Luego le escribía dándole toda clase de detalles de la reunión internacional y le hacía creer que si tenía un hueco, igual venía por fin a Barcelona a conocerla. Hacía más de un año que se escribían y todavía los asuntos y viajes de Emilio no habían permitido que se encontraran.
Se acercaba el verano y Emilio le insinuó que por qué no se venía a Las Palmas y pasaban unos días juntos. Le presentaría a sus amigos y a su sobrina Fhara. Estas noticias hicieron que Ana ya no conciliara el sueño por las noches, imaginando cómo sería la casa de un diplomático, qué vestidos se tendría que comprar para estar a la altura y cuántos kilitos tendría que perder para que Emilio la encontrara guapísima en traje de baño.
Ya habían transcurrido unas semanas y Ana no había vuelto a tener noticias de Emilio. Cogió el teléfono y marcó el número de su despacho. Su secretaria Remedios le informó que su jefe había tenido un ataque al corazón y que estaba ingresado en el Hospital Insular de las Palmas. No podía llamarlo allí porque estaba incomunicado. Aquí empezó el viacrucis para Ana. Ahora que por fin iba a conocer a Emilio, a darle el beso que tantas veces había soñado . . . empezó a sollozar y cogió todos los correos impresos de Emilio y los empezó a releer aumentando así su dolor.
Transcurrió todo el verano sumida en una profunda depresión. Se fue a pasar unos días al Valle de Arán con su familia, pero nada ni nadie la podía consolar de su enorme tristeza. No dejaba de insistir en llamarlo por teléfono, pero siempre la secretaria o un asistente le repetían una y otra vez que el señor Cabrera se estaba recuperando en un hospital de Alemania donde le habían practicado una segunda intervención.
Un día, ya bien entrado Octubre, cuando las hojas pasaban del amarillo al ocre, una tarde abrió el correo que hacía varias semanas que ni lo había mirado y cual fue su sorpresa al leer:
Ministerio de Asuntos Exteriores, embajada en Tel Aviv.
“Hola princesita mía, mi amor y mi consuelo ¿cómo te encuentras? Te he echado a faltar mucho. Sé que has estado muy preocupada por mí y has hecho varias llamadas. Te lo agradezco y quiero que sepas que te quiero mucho. Todo este tiempo me ha servido para meditar y ordenar mis pensamientos y he estado haciendo algunos razonamientos. En ellos te he incluido a ti y por eso te quiero hacer una pregunta, que si quieres tú también la puedes meditar y ya me darás la respuesta cuando te apetezca. Bueno cariño mío, ¿qué te parece si viviéramos juntos? Si, ya sé que todavía no hemos podido conocernos en persona, aunque yo ya lo conozco todo de ti y creo que tú también de mi. Ahora tengo que terminar unos asuntos aquí, que me tomarán todavía un par de meses. El tema parece que va en muy buen camino y finalmente vamos a conseguir que esta gente ponga sentido y reconozcan el estado de Palestina. He pensado que antes de Navidades te quiero tener conmigo y si no puede ser en Barcelona, Las Palmas o aquí mismo, pero quiero que estemos de una vez por todas juntos donde sea. Nos merecemos ser felices, mi vida.
Ana, no podía contener las lágrimas y lloraba y reía de felicidad con la sola luz azul que desprendía el ordenador.
Mentiras y más mentiras.
Pasaron las Navidades, Semana Santa y ya sobraba la ropa cuando una tarde antes de plegar de trabajar le sonó el móvil en el lavabo. Vió el nombre de Emilio que centelleaba y el corazón le dio un vuelco. Con voz temblorosa dijo:
- Digame?
- Hola princesita, ¿te acuerdas de mí? La semana que viene tengo que estar dos días en Barcelona por unos asuntos que ya te contaré. ¿Quieres que nos veamos? ¿Me invitas a tu casa o reservo un hotel?
Por supuesto Ana lo invitó a su casa. Se cogió un par de días de vacaciones y tal como él le indicó lo fue a buscar al aeropuerto. Mientras esperaba que el vuelo IB507 de Las Palmas desembarcara a todo el pasaje, su mente le daba vueltas y vueltas recordando todo lo que había reído y llorado por aquel hombre y cuántas veces se había imaginado el encuentro.
Cuando se abrió la puerta de llegadas, después de algunos turistas, apareció él. Era igual que la última foto que le había enviado, ¿o no? No tenía pinta de diplomático, pero le daba igual. Solo con el beso y el abrazo que le díó, ya supo que haría todo lo que él le pidiera.
Sus negocios solo le ocuparon media mañana y en el mismo taxi regresaron a casa de Ana. No sabía cómo agasajarlo, pues finalmente lo había conseguido y lo tenía en su casa, en su cama y en su cocina. Emilio cocinó para ella un besugo al horno. Le enseñó como cortar finas las patatas para que no se quemaran. Hicieron el amor varias veces, así fácil, sin pensar, tal como Ana lo había soñado. El tenía el torso cubierto de bello, que Ana acariciaba repartiendo pequeños besos. En aquellos momentos de frenesí no se le ocurrió buscarle las cicatrices de sus intervenciones quirúrgicas a corazón abierto. Solo la pasión y el amor desenfrenado, cabían en esos momentos. La noche transcurrió demasiado rápida y la alarma del reloj de Emilio los despertó. Ana se apresuró a prepararle un café mientras él tomaba una ducha rápida. Emilio se vistió, recogió sus enseres, se tomo el café y en el pasillo dándole un beso en los labios le dijo:
“Eres demasiado buena, Ana”
Esta frase la atormentaría durante mucho tiempo. ¿Cómo se podía ser demasiado buena?
Varios meses después de regresar de Canarias, uno de esos aburridos domingos por la tarde, Ana puso como tantas veces el nombre de Emilio en un buscador de Internet y, ¡cual fue su sorpresa! Se abrió una ventana de Windows donde apareció su nombre, sobreimpreso en negrita, con sus dos apellidos: “ EMILIO CABRERA GALVAN” insertos en el párrafo de una noticia, en un diario digital de Las Palmas. La noticia hacía mención a una llamada telefónica que le hizo en directo una emisora de radio, para que confirmara un asunto relacionado con el ayuntamiento de Telde.
Al día siguiente volvió a escribir el nombre de Emilio en el buscador y, esta vez apareció la misma noticia ampliada, no dejando en muy buen lugar el nombre de Emilio y concretamente sus acciones un tanto fraudulentas con el ayuntamiento.
Ana, dolida por todo lo sucedido en Canarias, cogió el móvil y le envió un sms que decía:
“Pensaba que las mentiras solo las decías por Internet a ingenuas como yo. Cariño, ¿estás en un lío? Te sigo queriendo, déjame hablar contigo”.
Inmediatamente recibió tres horribles mensajes que la hicieron explotar en un llanto profundo.
NOS HAN ENCARGADO QUE TE HAGAMOS UNA VISITA Y TE CORTEMOS LA LENGUA Y TE LA METAMOS EN EL CULO. NOS VEREMOS PRONTO.
TU HOROSCOPO DICE QUE PRONTO TENDRAS UN GRAVE ACCIDENTE Y LLEGARA A TU EMPRESA UN AMPLIO INFORME SOBRE TI
CUANDO ACABEMOS CONTIGO DESEARAS NO HABER NACIDO NI METERTE CON MI FAMILIA, GORDA Y FEA DE MIERDA.
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