
Hacia pocos meses que la empresa nos había traslado a la fábrica que tienen en El Prat y por aquel motivo, nos dieron un dinero extra como indemnización.
En aquella época, yo salía con mi amiga Loly, y cuando llegaron las vacaciones decidimos cruzar el charco y marcharnos a La República Dominicana. Estuvimos mirando en varias agencias de viajes y al final nos decidimos por Playa Bávaro. Después de un largo y fatigoso viaje, un vuelo regular de Iberia nos llevó a la hermosa isla. Cuando llegamos al conjunto turístico de hoteles, enseguida nos percatamos que el 90 por ciento de la gente eran parejitas de recién casados o similar. Loly acababa de romper con su sexto o décimo novio y no estaba de lo que se dice demasiado animada. Después de un par de días de rutina de tomar el sol, hacer aerobic en la playa, beber un cóctel dentro de la piscina, aprender a bailar el merengue y vestirnos de largo para la cena y el espectáculo de la noche, yo le comenté a mi amiga que me iba a apuntar a todas las excursiones facultativas para ver si aprovechaba mejor el tiempo.
Empezamos por una de medio día, que consistía en un paseo a caballo hasta una granja cercana y allí esperar que anocheciera jugando a una especie de cricket subidas en burros, para luego servirnos una cena campestre finalizando con un ritual de budú. Nos vino a buscar al hotel un pequeño autocar con uno de los guías locales de la Compañía, llamado Néstor. Era dominicano, aunque nos comentó que sus antepasados habían sido traídos como esclavos de Africa y por eso su color y facciones pertenecían mas a la raza negra. Era alto, elegante y musculoso. Tenía unos 25 años y enseguida como acostumbran los guías, al vernos solas, se acercó a nosotras y se enrolló. Mientras duró el paseo a caballo, empezó a tirarme los tejos de una forma casi infantil y descarada, achuchando a mi caballo para que corriera y luego él hacer ver que venía a salvarme. Después de la cena empezó el budú, escenificado por un grupo de pobres haitianos que, después de pasarse todo el día recogiendo la caña de azúcar en los campos, los transportaban en camioneta a la granja para hacer el ritual. Encendieron un gran fuego y nos repartieron a los turistas que rodeábamos la hoguera, CocaCola y ron. Un hombre mayor, delgado, simulaba que entraba en éxtasis y jugueteaba con una gallina. El fuego, el alcohol y la danza en sí, hacían que tú también entrarás en una especie de trance. Entonces Néstor se acercó hacía mí y balanceándose al son de la música, rozaba mi cuerpo sin ni siquiera tocarme. Clavó sus ojos en los míos y acercaba los labios a mi boca, sentía su fuerte respiración pero cuando yo cerraba los ojos esperando recibir el beso, él desaparecía y lo veía bailando en otro lugar. Así transcurrieron un par de horas hasta que regresamos al hotel.
Al cabo de dos días, me volví a apuntar a otra excursión, esta vez de día entero. Loly se quedó durmiendo y dijo que luego tomaría un poco el sol y me prometió que comería algo. Tuve que madrugar bastante y estábamos esperando en el hall del hotel, cuando apareció nuevamente Néstor con un minibus. Aquello me despertó de golpe y me alegró.
Formábamos un pequeño grupo de 15 personas, seis parejas, el chófer, Néstor y yo.
Nos dirigimos al puerto donde esperaban mas turistas de otros hoteles, con un par de grandes catamaranes que nos llevarían a la zona de manglares. Mi inquietud era todo el tiempo por ir en el mismo barco que Néstor, pero eso no fue posible, pues él mismo me acomodó al lado de la mamá de un médico argentino que viajaba con su esposa y él subió en el otro. Llegamos a una zona de aguas cristalinas, donde podías ver el fondo de corales y peces multicolores que tranquilamente nadaban por allí. Los guías nos animaban a zambullirnos en las cálidas aguas y las parejitas se despistaban para hacerse sus calantoñas. Yo me lancé al agua y nadé unas brazadas. Miré hacía la barca y Néstor se había sacado su uniforme de Lacost amarillo y pantalón azul marino corto y se disponía a saltar. Por unos momentos su cuerpo atlético me tapó el sol y no pude ver cómo se acercaba por debajo del agua hasta donde yo me encontraba. De un impulso apareció a unos pocos palmos de mí. Las gotas de agua se deslizaban por su piel brillante, negra y tersa. Me entraron grandes deseos de lamerle el fornido brazo, su pecho y . . . pero miré por el rabillo del ojo y varias parejitas nos observaban expectantes.
A la hora de comer fuimos a una pequeña aldea donde nos recibieron unos tenderetes de artesanía, abalorios y souvenirs. Para aquel entonces el corazón ya me latía cual caballo desbocado y mientras disimulaba tocando las telas y probándome algún que otro pendiente, Néstor se acercó y me dijo que después de comer cuando la gente se relajase, podríamos tener unos momentos para nosotros y me llevaría a una cala no muy lejos de allí. Por supuesto no comí casi nada esperando el momento, pero los camareros eran tan lentos en servir la comida, que cuando parte de la gente ya había terminado, algunos todavía no habíamos empezado el primer plato. La familia de argentinos fueron de los del primer turno y cuando acabaron de comer se acercaron a darle conversación a Néstor. El se le veía nervioso controlando el reloj y con la mirada me buscaba. Yo estaba dispuesta a no comer nada, pero cada vez mas gente rodeaban a Néstor en una fraternal charla. Me levanté y me puse delante de él apoyada en un poste del merendero, mirándole fíjamente a los ojos, sensual y como dejándome ir. El cuerpo me ardía y deseaba que se abriera la tierra y se tragara a toda esa gente estúpida que estaban entreteniendo y entorpeciendo nuestro encuentro. El me miró y echó una carcajada. Se hizo tarde y volvimos todos juntos a las embarcaciones y de allí al hotel. Cuando ya despidió a todo el mundo, me dijo que lo esperara a las 10 por donde todas las noches hacían el espectáculo y que podríamos tomar una copa en la discoteca. Me preguntó si me había bañado alguna vez a la luz de la luna y con una sonrisa se marchó. Fui corriendo a la habitación, se lo conté ilusionada todo a Loly, me duché y empecé a buscar en el armario qué ropa me iba a vestir. Loly me dijo que no había comido casi nada y que le apetecía cenar en el comedor de pescados al grill. Nos hicimos unas cuantas fotos por la piscina y alrededores y tomamos la cena con una de las parejas que por la mañana habían hecho la excursión. Estuvimos recordando anécdotas y yo ya me estaba poniendo nerviosa mirando la hora. Acabamos de cenar y Loly dijo que se iba a dormir porque no se encontraba muy bien. Yo me fui con la pareja de andaluces al teatro al aire libre, donde había quedado con Néstor. Esperé nerviosa en balde, pues aunque di mil vueltas buscándole, no se presentó. Triste y deprimida, acompañé a las parejas que me animaron a ir a la discoteca y a los pocos momentos de estar allí, entró Néstor acompañando a un grupo de varias personas. Me acerqué temblorosa a la barra y con rabía le dije: - Tío! ¿Pero tú de qué vas? – Mujer, no me hables así. ¿No ves que estoy trabajando? Tengo que llevar a esta gente al aeropuerto. Al instante me di cuenta que iba vestido con su uniforme de Lacost amarillo, pero ahora el pantalón azul marino era largo. Estaba más guapo que nunca. Empecé a beber y no recuerdo cuántas copas tomé.
La noche era oscura y una ligera brisa refrescaba el ambiente. Paseé por la playa con los pies desnudos. Iba sonámbula sin rumbo fijo. La espuma de las tímidas olas hundían y enterraban mis pies en la arena. Me senté en unas rocas y miré al cielo contemplando las estrellas que asomaban entre las grises nubes. De repente unas fuertes manos aprisionaron mis pechos. Me giré y mis labios se toparon con su boca. Nos besamos no sé cuánto tiempo. No quedó ni un centímetro de nuestro cuerpo sin caricias ni besos. Una corriente intensa recorría todo mi ser, temblaba y me estremecía. Estaba completamente excitada y me sentía húmeda. Abrí los ojos y Loly dormía plácidamente.
Al día siguiente regresamos a Barcelona.
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